La brisa acariciaba mi piel.
Un aroma venía de lejos, un recuerdo de otro tiempo, de otra vida.
La muerte, que había mancillado la iocencia, me recibió y me llevo de nuevo a casa.
El sol nacía en el agua, la noche desaparecia.
El nuevo dia besaba mi rostro.
El latir de la tierra era mi latir.
Conoci muerte y vida en el mismo corazón.
Amor y odio como uno solo.
Dios y hombre hechos la misma persona.
No sabría explicar, no sabría hacerme entender.
Y entonces su grave voz dijo:
Los grandes reyes del pasado nos observan desde las estrellas.
Y supe que debía hacer.
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