Soñé con que era un alquimista y que convertía el plomo en oro.
Soñé con ser el Rey Midas.
Soñé que todo a mi paso era bueno y que no había nada que pudiera ir mal.
La suerte estaba de mi parte y mis palabras eran música en tus oídos.
Soñé.
Pero como pasa en todos los sueños, desperté.
Abrí los ojos y mi mirada era como un basilisco y mis manos eran llamas que convertían la vida en ceniza y mis palabras...mis palabras cuchillos que caían sobre ti.
Muchas veces me paro a pensar si de verdad quiero seguir viviendo.
Muchas veces he pensado en darle fin a todo esto.
Pienso que quiero morir, que nada es importante...pero entonces sigo pensando.
Y pienso...y recuerdo.
Recuerdo tu voz que me despertaba.
Recuerdo como me gustaba viajar por tus universos.
Recuerdo cada atardecer que pase pensando en ti.
Recuerdo cada beso, cada roce de tu piel.
Recuerdo.
Y entonces veo que el dolor nunca sera más fuerte que la alegría.
Veo que aunque el universo sea oscuro, las estrellas nunca dejan de brillar.
Entonces miro al cielo.
Y se.
Se que allí arriba, entre las millones de estrellas, entre asteroides y anillos.
Más allá de las nebulosas, pasando los bordes del universo y los límites de la realidad.
Se que tienes guardada esa parte de tu alma que sabes que tanto me gusta.
Y segundos antes de morir entiendo que algo tengo por lo que vivir.
Es entonces cuando despierto y me doy cuenta de que volverá a amanecer.
El viento puede con una cerilla...pero nunca podrá con un incendio.
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