El humo está empezando a afectar a mi cerebro.
Las luces se mueven y muestran su verdadera cara.
Entre los árboles el viento me habla.
Y las estrellas huelen a invierno.
Hace mucho tiempo, en un lugar que nadie pudo imaginar, había una ciudad de luces de colores y olores brillantes.
X vivía en un último piso. Un apartamento lleno de lámparas de lava y peceras llenas de medusas.
Cuando llovía había goteras y la cocina se llenaba de humedades. Pero daba igual.
X escribía historias por las paredes.
Los ceniceros estaban siempre llenos de canutos muertos y los vasos siempre tenían un intenso olor a licor de hierbas.
Las noches y los días pasaban a cámara rápida ante los ojos de X.
La música rebotaba en las lágrimas y la tinta.
Un día, X, dejó de escribir.
Un día dejó de respirar.
Pero seguía vivo.
Ya no había días, ya no había respuesta.
Horas y segundos, gramos y billetes, zumo y yougurt.
X pensaba que eso sería el final.
Pero Bú le salvó.
Las sombras se estaban comiendo a X y ella llegó y con su sonrisa lo cambió todo.
La ciudad de las luces volvía a brillar y la lluvia ya no entraba por el tejado.
Sabes esa sensación que te entra cuando ves que algo bueno esta de camino?
Todos los días sabían a lasaña.
Todos los minutos olían a marihuana.
Pero Bú se fue.
Y dejó un camino de risas y sangre.
Un rastro de felicidad irreal que impregnaba las paredes de la casa del último piso.
Ella se fue y X tardó tiempo en darse cuenta.
Y cuando el sueño decidió abandonar, X se dio cuenta de lo que había pasado.
Ahora anda por las calles más iluminadas en búsqueda de sombras.
Esperando encontrar una puerta al mundo de los sueños.
El mundo de la luz blanca y los noodles.
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